La ética en la comunicación científica I
La ética como parte de la ciencia, y la ciencia como motor social de responsabilidad
En este post, dividido en dos partes, se recorre, desde una perspectiva genérica pero reflexiva, cuál es el sentido de la ciencia, y por qué la ética es una parte fundamental de la misma.
A modo de introducción
Los mecanismos actuales de publicación permiten detectar acciones malintencionadas por parte de los autores de un trabajo científico; hay plataformas que identifican las similitudes en un texto respecto a otros publicados previamente y presentes en el océano de datos que es Internet, arrojando pruebas de actividades indebidas.
Pero la virtud central no estriba en la identificación de malas prácticas, sino más bien en alcanzar un nivel de concienciación que elimine, a nivel personal y profesional, la posibilidad de actuar de manera indebida. Seguirá habiendo errores (de enfoque, de estructura, de análisis de resultados…), pero es buena base sobre la que sustentar reflexiones e innovaciones. La transparencia de datos debe incluir la transparencia moral, que no elimina la posibilidad del error; el factor humano lo impregna todo, y el error es una parte importante del desarrollo científico. Sin error no hay superación ni aprendizaje. Si las máquinas investigasen por nosotros, no sería la humanidad la que prosperase. De hecho, una máquina consciente de sí misma al más puro estilo Sci-Fy consideraría el factor humano un obstáculo a erradicar. El error es a la vez la fuerza y la debilidad del género humano.
La ciencia, motor del conocimiento
En las primeras décadas del siglo XXI observamos cómo, día a día, la tecnología nos supera. Los avances y las novedosas aplicaciones exigen cada vez más tiempo del ciudadano para ponerse al día y actualizarse. La ciencia es la responsable de los avances, y por ello comunicarla de manera eficaz y ética es fundamental. En ocasiones puede confundirse cuál es el verdadero papel de la ciencia y de los científicos, de manera que tengamos en cuenta las siguientes palabras:
“La ciencia no se ocupa ni de verdades ni de errores, sino de descripciones de la realidad susceptibles de ser «útiles» o «no útiles».” (Coles, 2004, p. 79)
Laín Entralgo (1970, pp. 18-19) identifica al sabio con la actualización, con la revelación –ya que revela qué es cada cosa–, con la creación –ya que sus aportes no se encuentran en la naturaleza a simple vista–, con la redención –purga la ignorancia y la fatalidad con conocimiento–, y con el sacerdocio, al poner el énfasis a la religión de la verdad natural. La ciencia queda así relacionada con el saber: ambos conceptos implican creación y legitimación de nuevas respuestas y preguntas que nos acercan a la verdad. En este punto, se sobreentiende que la ética, transversal en todos los campos de la vida y la experiencia, sea también transversal en la formación del conocimiento y en su propagación. De esa forma, el saber contendrá una estructura nítida, accesible y aplicable a lo cotidiano.
Pero la ciencia también puede conformar un espejismo aplicado al consumo, de manera que su esencia, su pureza en cuanto a la búsqueda de la verdad, se difumina en pos de la comodidad y el bienestar más superficial. Para Ortega y Gasset (2010, pp. 54-55), la ciencia es:
“sólo[sic] investigación: plantearse problemas, trabajar en resolverlos y llegar a una solución.”
Es, ciertamente, un mecanismo que nos ayuda a responder a las preguntas de los fenómenos que nos afectan, a afrontar nuestra mortalidad y confrontarla con la inmortalidad del conocimiento; es la huella viva de las ideas del pasado, en constante actualización, cuyos aciertos y errores preservan la evolución de la técnica, del arte y del saber hacer. Conforma el conocimiento, y a la larga, promueve el saber. Decimos a la larga porque, recordando a Ortega y Gasset (2014, pp. 174-175), la ciencia se ha ido dividiendo en parcelas especializadas, y en su conformación, el trasvase entre las mismas es complicado, si bien O. Wilson (1999) señala la “consiliencia” (consilience) como la unión de todas las disciplinas científicas.
Ser conscientes de ello ya es un paso hacia la ética, hacia la comprensión de lo perenne dentro de lo efímero de la vida. El hombre investiga, deja resultados y muere, pero esos resultados podrán contrastarse en investigaciones futuras que los revalidarán o refutarán. Ello desembocará en la técnica, y la técnica, en los hábitos y costumbres de la sociedad. Por eso entendemos la ciencia como un motor del conocimiento. La ciencia es útil si nos facilita el trasiego de la vida.
Referencias
Coles, P. (2004). Einstein y el nacimiento de la gran ciencia. Barcelona: Gedisa.
Laín Entralgo, P. (1970). Ciencia y vida. Madrid: Seminarios y ediciones S.A.
Ortega y Gasset, J. (2014). La rebelión de las masas y otros ensayos. Madrid: Alianza Editorial.
O. Wilson, E. (1999). Consilience. La unidad del conocimiento. Barcelona: Círculo de lectores.
Savater, F. (1999). Las preguntas de la vida. Barcelona: Ariel.
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